El idealismo restaurador de los complotados del
1863-1865, consistió en la creación de un Estado nacional plenamente soberano.
Y es que algo quedó suelto luego del 27 de
febrero del 1844, fecha en que nuestro país alcanzó de manera firme su
independencia con el trabucazo de Matías Ramón Mella en la Puerta de la
Misericordia, ese suelto fue sin dudas, Pedro Santana, el que justificado en un
supuesto temor por los intentos de reingreso de los interventores haitianos al
territorio dominicano, así como por la razón, si real, de la debilidad
económica del Estado Dominicano[1],
debía incurrirse, como en efecto finalmente materializó, la anexión de la
República Dominicana a España, ocurrida oficialmente el 18
de marzo del año
1861.
A la inmensa mayoría de los dominicanos les
pareció como un acto de traición en el que incurriera el ganadero de El Seíbo,
el nacido en Hincha, un pueblo haitiano, que antes era dominicano, nos
referimos al reiterado desleal, y fratricida, el general Pedro Santana.
Las muestras de desacuerdo de parte de los
dominicanos se evidenció desde el momento mismo de la Anexión a España, los que
no dieron mucha ventaja a los contrarios al inaugurar la instauración del
movimiento guerrerista denominado: Las Guerras de la Restauración Dominicana.
Estas guerras fueron ideadas y encabezadas, en
su mayoría, por los mismos hombres y mujeres que dirigieron las luchas
independentistas del 1844, entre los más notables, feroces y decididos forjadores,
y afanados luchadores por la causa nacional, tales como el propio Juan Pablo
Duarte Diez, quien aunque en ese momento se encontraba exiliado en Venezuela,
no dejó de mostrar su antipatía a los desvaríos promovidos por Pedro Santana,
así como lo hicieran desde el campo de batalla, Matías Ramón Mella, Francisco
del Rosario Sánchez, entre otros.
Estas luchas restauradoras se iniciaron el 27
de febrero del 1863, dato este que ha sido poco recogido por nuestros
historiadores, pero que debido a que fueran desvelados los propósitos de los
patriotas dominicanos, al ser alcanzado por las tropas españolas, dirigidas a
la sazón por el General Fernando Valerio, en Guayubin, hicieron retroceder a
los conjurados dominicanos, los que debieron retirarse hasta territorio
haitiano para evitar ser totalmente aniquilados, lugar desde el cual, seis
meses después llegaron hasta los Cerros de Capotillo, y allí, sembrando
nuestra enseña tricolor, dando el Grito de Capotillo, y con el, el inicio de
las guerras de guerrillas más alucinantes con que ha contado El Caribe, Sur y Centroamérica.
Esta es la razón que da lugar a que los dominicanos debieran entrar por Haití
para iniciar esta grandiosa epopeya. En beneficio del general Fernando Valerio
hay que decir que finalmente se unió a las fuerzas restauradoras dominicanas.
Estratégicamente, los líderes militares
dominicanos supieron diseñar algunas modalidades de guerra, las que los llevaron
a crear varios frentes, los que fueron desplegados desde el sur de la República
hasta todas las demás demarcaciones de la nación, con las que alcanzaron óptimos
resultados. Fruto de ello fue la merma que acusaron las fuerzas interventoras
hasta el extremo que los españoles debieron solicitar refuerzos desde Puerto
Rico, fruto de las bajas que les propinaron nuestros soldados, cuyas gallardías
dotaron de las energías que le esquilmaban las armas de las que no estaban
siquiera provistos. Estos solo contaban con simples y rudimentarias armas para
la guerra.
Fueron cerca de ocho mil hombres los soldados
que pasando hambre, encararon y representaron las huestes de la dominicanidad,
encabezados entre otros por: Santiago
Rodríguez, quien era un terrateniente, productor de tabaco de la línea noroeste,
así como de Benito Monción, y el mismo Gaspar Polanco, ambos labriegos de las
tierras del primero, también a Federico de Jesús García, José María Cabral,
Antonio Guzmán, el General Fernando Valerio, así como uno de los más destacados
de estas luchas como lo fue Gregorio Luperón, jefe del ejercito que llevó la
guerra al Sur y al Este del país, considerado como el que tuvo mayor desempeño
progresivo en la Restauración.
A Gaspar Polanco, quien era analfabeta, se le
considera como la primera espada de la Restauración, el que luego llegara a
fungir como presidente de la República, habiendo elevado desde este cargo en la
administración, el ideal nacional a sus mayores expresiones.
Con las guerras restauradoras que iniciaron el
24 de agosto del 1861, aunque la historia registra como oficialmente iniciada
el 16 de agosto del 1863, se vino a reiterar el interés de los hombres y
mujeres dominicanos, de no cejar de luchar porque la parte oriental de la Isla
de la Hispaniola se reiterase, libre, soberana e independiente de toda dominación
extrajera, ideal de luchas que inició desde el año 1811, con la conspiraciones
de los italianos, la que se constituye como uno de los primeros intentos de una
primera independencia, la que luego casi se materializa el primero de diciembre
del 1821, de las manos de José Núñez de Cáceres, y que fue finalmente alcanzada
el 27 de febrero del 1844, y que se ha reiterado a lo largo de nuestra
historia, tal como el propio 1865, 1924, el 1965, la que estamos seguro se
reiterará en cualquiera otra eventualidad que surja en el futuro.
Las Guerras de Restauración se pueden catalogar
como uno de los procesos históricos en que los dominicanos hemos trabajado más unidos,
con el único y decidido propósito de tener una un Estado a la imagen de lo que soñó
el más grande e insigne de todos los dominicanos: Juan Pablo Duarte Diez.
Nos resta como dominicanos no dejarnos dividir
en aras de mantener nuestra independencia nacional, sostener nuestra soberanía,
debemos todos trabajar en procura de la construcción de una conciencia
ciudadana, donde la patria seamos todos, que juntos podamos decidir nuestro
futuro, debe ser este manifiesto el que nos sirva de referencia como nación.
Comencemos por detener el fenómeno que en la
actualidad tanto nos lacera, como lo es la deuda externa en la que algunos
dominicanos nos han sumergido. Digamos NO a la dependencia a costa de ampliar una
deuda que en definitiva solo sirve para financiar los ambiciones demenciales y
bolsillos de unos cuantos.
Llevemos en el corazón y en nuestras
conciencias estas, las últimas palabras de Matías Ramón Mella, quien antes de
morir aireó como proclama:
“Aún
hay patria, viva la República Dominicana”.
Gracias a los héroes restauradores por sus
luchas y riesgos individuales los que solo perseguían dotar a las futuras
generaciones de dominicanos del sentido de pertenencia de un Estado libre,
soberano e independiente de toda dominación extranjera.
Salomón
Ureña BELTRE.
Abogado
– Notario.
Wamcho’s
father
809-453-5353
salomonbeltre@gmail.com
www.salomonbeltre.com
[1] Se considera
que durante el gobierno de Buenaventura Báez, las arcas del Estado quedaron
totalmente vacía dejándolo desprovisto de los medios para hacerle frente a las
constantes amenazas que contra este mediaban constantemente.
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