La joven que ha sido condenada por una
jueza a sufrir la pena de tres meses de prisión preventiva, por haberse
congraciado en el interés de la ingesta de bebidas alcohólicas a una menor, es
una muestra de las desproporciones épicas con que en nuestro país se imparte
justicia.
Ciertamente que el comportamiento díscolo
de esta jovencita debe ser ejemplarmente sancionado tanto por los efectos
dañinos que a la salud de su hija menor pueda causarle, así como por la inquietud
que le produce al espíritu pacífico de convivencia social bajo el cual todos
aspiramos vivir.
La osadía que tuvo al compartir
ingenuamente a través de las redes sociales su irreverencia, es un hecho que
agrava su situación, es una indelicadeza que revela falta de madurez, producto de su impericia natural por la edad
que tiene -18 años-, y es ahí donde debe entrar la mano del Estado, no para
malograrle la vida a la autora del hecho abusivo e ilegal, sino más bien para
alternar una sanción que medie entre la
falta y el daño, que le ayude a curar las heridas causadas y llevarla a
recuperarse para que enderece sus pasos.
Imponerle tres meses de prisión
preventiva es un exceso que en lugar de ayudar a mejorar su conducta, lo que
hace es potencialmente agraviarla.
El sentimiento de impotencia que produce
ver en los medios de comunicación como es conducida esposada la joven que
cometió el agravio, como si fuera un agente agresivo, de alta peligrosidad, nos
coloca en una posición contraria a la actitud adoptada por la autoridad, la que
acusamos de haber actuado de manera desproporcionada en el caso de la
especie.
Al decir del perfil de la sancionada, ésta es una de las tantas jóvenes que fruto de la descomposición que acusa
nuestra sociedad, marginada por la falta de políticas efectivas del Estado para
impedir que a tan temprana edad, jovencitas como ella se vean expuestas a tener relaciones sexuales,
de las que se producen nacimientos de nuevo seres humanos, cuyas madres no
tendrán las destrezas para coadyuvar positivamente en sus óptimos desarrollos,
sin importar el esmerado cuidado que pongan para brindarle formación, y
educación a éstos retoños bajo tales condiciones concebidos.
Entendemos que de parte de las
autoridades competentes, deben crearse métodos preventivos que hagan reducir
estas ocurrencias, y no tomar como conejillas de indias para asentar precedentes
a quienes no son del todo culpables de tan gravosas imputaciones y peores
sanciones.
Hay que saberse en la piel de esta
jovencita que hasta el momento de su desgracia desconocía los niveles de consecuencias
que acarrearía su imberbe mal comportamiento. Los agentes del sistema han
aprovechado su necedad –fruto de su impericia- para cebarse en ella, utilizando
toda la maquinaria estatal para sancionarla cruelmente, en lugar de hacer mea culpa, tras lo cual incentivar mecanismos que impidan
que estos hechos se reproduzcan.
Como simple figura retórica, y haciendo
un símil con las tres canticas de que está compuesta la Divina Comedia, de
Dante Alighieri, se advierte que el tono realista y dramático que expone su
autor para describir al “Infierno”, es lo que ha tocado vivir a esta joven,
luego de lo cual, no importa lo que hagan las autoridades lograrán sacar a la
afectada del oscuro estadio al que la han lanzado, fruto de la indelicada
decisión de encerrarla en la cárcel, lo que impedirá pueda ésta gozar de las
dulcísimas luces que le hubo de deparar su futuro –“El Paraíso”-, no teniendo
en el porvenir ninguna oportunidad de pasar siquiera por -“El Purgatorio”-; su
vida la han hundido en un abismo del que probablemente no tenga retorno, si no
se toman medidas más adecuadas a la brevedad.
Salomón Ureña B E L T R E.
Abogado – Notario Público.
Wamcho’s father
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