Corresponde a la Suprema Corte de Justicia (SCJ) el nombramiento
de los notarios[1], y
descansa en esta la facultad de fiscalizar todas las diligencias que éstos
fedatarios están llamados a realizar, funciones que han estado ausentes y que
ahora se pretende retomar de manera desbordada y casi coactiva.
Es interés de la SCJ sanear el ejercicio de esta profesión, así lo
ha expresado su presidente, el Doctor Mariano German Mejía, y en efecto, ha iniciado
un proceso de catarsis, avellanado ora por la cultura de menosprecio a la que
ha sido sometida esta digna profesión de la fe pública, falta que no puede
dejar de imputarse de inicio a la propia SCJ, porque primero no ha hecho las
debidas diligencias para designar a las personas competentes para su ejercicio,
nombrando a quienes no cuentan con las más mínimas dotes intelectuales ni
morales para su desempeño; y segundo porque ha dejado de lado su principal
obligación frente a los titulares que es la de llevarlos a pies juntillas al
fiel cumplimiento de la norma que los rige, todo con el valedero propósito de proteger
efectivamente los intereses colectivos e individuales que procuran ser
preservados con su ministerio.
No se puede excluir de las faltas comprometidas al Colegio de
Notarios de la República Dominicana, como institución rectora de los intereses
individuales del ejercicio notarial, el que en las mayorías de los casos más se
ha preocupado por asuntos marginales en iguales beneficios, el que ahora vemos ahogado
en una campaña de formación y educación por todo el país, con lo que procura
perder la menor cantidad de miembros, del que tras las inquietantes amenazas avecinadas
desde la SCJ, sabe que se aproximan temerosos efectos.