Las reseñas noticiosas que exponen la comisión
de los desgarradores ilícitos que los delincuentes dirigen contra sus víctimas se
producen con tal grado de sadismo, vileza, rabia, rencor, que los mismos se
producen por estar secundados de vanidad criminal.
El empeño delincuencial ha tomado en nuestra
sociedad un mayor relieve vanidoso como es el caso de los llamados asesinatos a
sueldos, encabezados por los denominados sicarios. Entre estos, como en las
demás actividades humanas, se aúpa la competencia de quien es el que ha atacado
con mayor grado de perversión a sus víctimas.[1]
La muerte de las dos jovencitas en Santo
Domingo Este, las que fueran pautadas por personas de un perfil sui generis, profesionales destacados, de
alto nivel económico, e influencia social importante, tipifica una de las
características más sobresalientes en el delincuente innato a la vista de los
tratadistas de las ciencias criminales tales como Raffaele Garófalo, César Lombroso,
Enrico Ferri, y en cierto modo, Cesare Beccaria Bonosono, etc.
Este hecho que para materializarlo debieron
trascurrir dos tiempos criminales distintos, uno en el que resultó una víctima
por error, y otro en el que los delincuentes volvieron a subsanar su equivocación,
atentando contra el objetivo efectivamente programado.
Este
es un fenómeno de causalidad que hace referencia obligada de la vanidad criminal que se ha estado
exteriorizando y tomando cuerpo en nuestra sociedad, pero que no es novedoso
dentro ni fuera de nuestras latitudes, sus manifestaciones en ciertas clases de
delincuentes sirvió de soporte a la escuela positiva del derecho penal italiano
para la realización de enjundiosos estudios sobre este tipo de criminalidad.
Es común despertarnos y encontrarnos con
titulares que aspavientan el ánimo, y no solo despertarnos, ya los delincuentes
no discriminan, sus ataques los producen sin importar el día o la noche; la
idea es acometer sus fechorías sin importar siquiera las secuelas sabedores de la
facilidad con la que es posible recobrar la libertad.
Haciendo un brevísimo índice de hechos de
sangres que han ocurrido recién en nuestro país, de manera poder sustentar
nuestro hipótesis, nos lanzamos sobre las crónicas periodísticas recientes que
dan cuenta sobre que la Policía Nacional mata a seis delincuentes, los que eran
considerados sicarios. Más tarde, sin dejo ni sorpresa, ya estamos
acostumbrados, la prensa trae entre sus titulares que un homicida había dado
muerte a dos mujeres. Tan cruento fue aquel fin de semana que los políticos
debieron, por el drama que levantaron tales sucesos, hacer referencia pública
sobre el tema de la criminalidad.
Pero de igual manera se destaca el crimen atroz
y desalmado que acometieron dos jovencitos contra la oficial adscrita a la
Autoridad Metropolitana del Transporte (AMET), la teniente Mercedes
del Carmen Torres Báez, al que
uno de los cuales se resalta que su padre es un sicario profesional, quien
señaló al conocer que la Policía Nacional le había dado pa’ bajo –matado- a su
hijo, iría tras la caza de los policías involucrados, que tomaría venganza.
Tanto los cuerpos represivos y los delincuentes
enfilan iguales metas: atacar a sus adversarios hasta aniquilarlos, mientras la
sociedad es arrinconada, sometida a la zozobra, al miedo, a la inseguridad.
Este criterio a más de resaltarse
individualmente, se sostiene en las cifras estimadas por el Director General de
Prisiones, al resultar de sus apreciaciones que no menos del 25% de los
delincuentes supuestamente reformados y reinsertados a la sociedad tras cumplir
sus condenas, o que por otras razones adquieren su libertad, vuelven a
delinquir. Para muestra detengámonos en la poca rareza de los hechos de sangre
en donde no participe por reincidencia uno que no tenga múltiples fichas
policiales.
[1] Este
viejo aserto es de César Lombroso quien afirmó que: “La Vanidad Criminal es
mayor en los delincuentes que en los cómicos, los literatos, los médicos, y las
mujeres elegantes”. Revista Judicial de la República
Dominicana, doctrina, legislación y jurisprudencia, No.13, Pág. 242, 15 de
enero del 1908.
Salomón Ureña B E L T R E.
Abogado – Notario Público.
Wamcho’s father.
809-353-5353
809-381-4353
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