El ser humano en su estado
natural es esencialmente violento. Su aliento de conservación alerta sus
instintos primarios, y para preservarlos es capaz de responder con los más fatídicos
e inimaginables actos de violencias para satisfacer su estado de necesidad.
Su adocenamiento lo
transforma a un estado de superación que le permite adaptarse a la sociedad,
pero en definitiva éste nunca abandona lo primario de su ser, de su identidad.
Es al Estado al que le
corresponde crear los mecanismos necesarios para hacer que cada individuo sea
capaz de adaptarse al medio social, sin que luego resulte una amenaza para los
intereses colectivos. En la medida en que este ente no cumpla con su finalidad
esencial que es disponer de todas las facilidades que les provean al individuo
su desarrollo individual, asentará las bases para que se erijan a quienes
resulten contrarios a sus intereses, y en estos se incluyen a los sicarios.
El hecho de que en la República
Dominicana existan entidades que tengan por objeto brindar servicios de
asesinato por encargos, las que se aseguran tener entre sus filas a los más crueles,
desalmados, y desinhibidos al crimen, a los que para acometer sus fechorías rehúsan inhibirse a cualquier acción, convertidos
en verdaderos arquetipos de la degeneración, que muchas veces reclaman sus
espacios en el sitial del crimen, pavoneándose de sus hazañas delictuales, es
en gran medida de especial responsabilidad estatal.