Hace algunas noches me entretenía viendo un
programa de televisión del cual me llamó poderosamente la atención la
afirmación que allí se hiciera en el sentido de que tanto empresas del sector
privado como entidades gubernamentales del mundo invierten cuantiosos recursos
económicos en investigación de medios a través de los cuales poder evitar que
el planeta tierra pueda ser impactado por meteoritos o por cualquier tipo de
amenaza que provenga del espacio exterior.
Aquella información me llenó de satisfacción, me
sentí conmovido hasta el interior de mis huesos al contactar como los humanos
intentamos proteger nuestro propio hábitat y a nuestra especie, sin embargo, no
invertimos los recursos suficientes para protegernos los unos de los otros al
interior de nuestro propio planeta.
Confieso que llegué hasta el insomnio porque me
interrumpió en medio de la alegría la impotencia que debo acariciar al recibir
las constantes informaciones sobre los actos de violencia que se suscitan a
diario en nuestra sociedad, lo que ha llegado a convertirse en una verdadera
espiral de violencia, la que de peor asunto, ha hecho que tantas personas hayan
perdido sus familias, sus bienes, su dignidad y ni hablar del más preciado bien
con que cuenta todo individuo: la vida. Todo sin que desde los órganos
competentes del Estado hayan muestras contundentes de preocupación por este
fenómeno.
La delincuencia se ha convertido en el más grave
y peligroso flagelo social.
La sociedad está toda llena de temor fundado en
que la delincuencia se ha envalentonado tomando la primacía en las calles, en
nuestros lugares de trabajo, hasta en cada uno de nuestros propios hogares.
Caray, cuan sarcástico se ha estado dejando ver
el lado oscuro de algunas personas con los actos de violencia que han estado reproduciendo
en nuestro diario vivir. Algunos implican sus razones en que la mayoría de los
incidentes provienen de individuos que no han tenido acceso en la vida sino a
la más absoluta miseria, a la precariedad insultante, sin embargo, nada,
absolutamente nada justifica la violencia tan desalmada que nos arropa.
Según estiman refutados científicos de la
conducta humana, la naturaleza del comportamiento humano es básicamente
anárquica y violenta, cuando se le pone contra la pared, éste reacciona
contrario a todo espíritu de civilidad.
Tantísimos son los factores que intervienen en la
ola de criminalidad y delincuencia que arropa a nuestra sociedad que procurar
limitarlos por señalamientos expresos sería incurrir en gravoso error.
Pero mayor ineptitud sería, si no intentáramos,
por lo menos, parcelar o mencionar sus posibles causas, so pena inclusive de
quien no se encuentre en el listado, se sienta por ello exonerado de la
responsabilidad que tiene sobre este fenómeno.
No queremos soslayar las causas científicas que
definen e identifican hasta con fórmulas logarítmicas, de manera más clara el
problema. Estas causas que se originan en factores tantos endógenos como exógenos, han sido tratadas
desde los orígenes mismos de la convivencia comunal.
Dentro de los factores que intervienen en el
tenebroso ámbito de la delincuencia, se sitúa el que tiene que ver con las
políticas de Estado, que son las que moldean la conducta social, las que rigen
el comportamiento de las personas. El ser humano reacciona sugestionado por la influencia
que las políticas de Estado ejercen sobre sus vidas.
La desidia mostrada por las pocas acciones políticas
que se aplican en el seno social, es la que origina, alimenta y mantiene la
delincuencia en todos sus órdenes.
Si cada ser humano tuviera acceso a las
facilidades que deben provenir del Estado, permitiéndole alcanzar sus metas, los
índices de delincuencia no es que dejarían de existir, pero si se reducirían al
mínimo tal y como lo muestran los resultados en aquellos países en donde existe
una mejor política de Estado en ocasión de hacer una mejor distribución de la
riqueza y en consecuencia, el establecimiento de normas que sirvan para frenar el
auge de la delincuencia.
La falta de oportunidades que provienen de la
indiferencia del Estado al no brindarle satisfacción a las necesidades más
perentorias de las personas, tales como educación, alimentación, salud,
transporte, etc., potencia el recrudecimiento del accionar violento y criminal
de las personas.
Todo se traduce en que hemos permitido que las
autoridades que manejan nuestros fondos estatales los administren a su antojo,
casi siempre destinándolos a políticas de Estado que no necesariamente satisfacen
las exigencias que imperan en el momento a favor de las grandes mayorías.
La falta de oportunidad, el irrespeto a las
instituciones, a las leyes a las que tanto pobres como ricos contribuyen de la
misma manera.
Las malas políticas de combate a la delincuencia,
incluyendo la de cuello blanco, amén de que se estima que el 80% de los
crímenes son cometidos por reincidentes, se corresponde como una de las causas
más sonantes de este deforme accionar humano.
Gran parte de la comunidad se ha expresado en contra
el Código Procesal Penal por entender que este exige mayores presupuestos para
asegurarle la prisión a un delincuente que para mantenerlo en libertad. Este
instrumento le permite al delincuente reincidir con mucha facilidad. Las
autoridades actúan como si no se dan ni por enteradas, en este sentido.
Debemos avocarnos a hacer un cumplimiento más
efectivo de las leyes. El Estado y la sociedad deben procurar disminuir los
privilegios hacia entidades grupales e individuales. Esto causa mucha irritación
y estallido individual y social.
Pero también hay una gran responsabilidad, en ti
y en mi, en todo este descalabro social que experimentamos, por habernos hecho
indiferentes a la problemática social que arrastra a cada ser humano al
desvarío de cometer tantos hechos despreciables. Debemos involucrarnos e instruir
para enseñar que las apetencias individuales sólo provocan caos y desafíos
insaciables.
Los conflictos de convivencias sociales que se
manifiestan en violencia deben ser enfrentados mejorando la distribución de
nuestras riquezas, educando y alimentando mejor, creando nuevas y dignas fuentes
de trabajo.
Nos hace falta integrarnos más como comunidad,
debemos procurar que cada persona aprecie el verdadero sentido de la vida,
debemos concientizar sobre la solidaridad, el amor al prójimo. Las fuerzas
vivas y conscientes de la sociedad deben dejar de hacerse de la vista gorda
ante la tanta miseria que arropa a la mayoría de la población. Todos debemos
actuar en conjunto, tal cual se hace en otras esferas, para colaborar en la dignificación
de la vida del ser humano.
Los ciudadanos les aportamos recursos suficientes
a las autoridades para que creen y apliquen políticas que redunden en favor de
quienes han resultado excluidos por tantos años de la atención del Estado. Es
nuestro deber comenzar a exigirles cumplir en hacer de este un auténtico Estado
Social y Democrático de Derecho.
Sólo así alcanzaremos la paz social que tanto
anhelamos retomar.
Salomón Ureña Beltre.
Abogado.
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809 381 4353