En los anales de la
historia judicial se considera que la sentencia de muerte que se desprende
del juzgamiento del Hijo de Dios, estaba determinada desde antes de ser
pronunciada. Este extraordinario acontecimiento dividió la historia en antes y
después de la existencia de Jesús, y marcó a la justicia de modo negativo para
siempre.
Lo anterior se deduce de
la capciosidad que resultan de las actuaciones del Sanedrín, el que estando
conformado por sacerdotes, ancianos y escribas, setenta y un miembros en
total, tenía la calidad de una verdadera instancia judicial, pero que carecía
de la facultad de aplicar la pena de muerte contra ninguna persona y por ningún
delito.
Este instituto judicial
que actuó con sobrado carácter inquisitorio, en ocasión de que Cristo le fuera
presentado, tras su remisión de parte del Procurador Romano, Poncio Pilato,
quien antes lo había declarado exento de toda culpa, y para que lo juzgara
según su propia ley, expresó lo siguiente:
“Nosotros
no tenemos el derecho de castigar a ningún hombre con la pena de muerte”.