La política estadounidense contemporánea se encuentra en un estado de guerra ideológica, donde la estrategia primordial es obstruir a Donald Trump a cualquier costo. Con cada intento de asfixiar su candidatura mediante maniobras políticas y ataques judiciales, el sistema estadounidense desnuda su verdadera faceta: un espectro de intereses corporativos, de medios y políticos que aparenta ser democrático, pero que no duda en demonizar al que osa desafiarlo. La persecución que ha sufrido Trump es la máxima expresión de una política que busca borrar del mapa a cualquier individuo que amenace el status quo.
La resistencia del exmandatario no es casual. Su resiliencia desafía la maquinaria que, con un afán grotesco, intenta imponer la imagen de una “democracia” que realmente está más preocupada por controlar a quien considera “incontrolable”. Con su insistencia en postularse, Trump simboliza, para bien o para mal, la cara de una democracia desfigurada, donde las élites no titubean en recurrir al desprestigio, la desinformación y la vil difamación para enterrar cualquier disidencia bajo toneladas de bajeza moral.
La supuesta preocupación por la salud mental de Trump no es sino el pretexto cínico que utiliza una jauría insaciable para erosionar su credibilidad. Pero la ironía de este juego es que, al intentar descalificarlo, lo que se evidencia es un sistema político carente de verdaderos ideales democráticos. En lugar de un debate de ideas, asistimos a un circo donde los grandes intereses manipulan las reglas y tratan de moldear al electorado mediante el miedo y la desinformación.
Vivimos en el llamado “mundo libre”, en el que se proclaman los valores de la democracia y la libertad, pero los guardianes de esos valores han preferido desviar la vista de cualquier principio, asumiendo que el poder lo justifica todo. Se nos ha olvidado que, en una verdadera democracia, la última palabra la tiene el pueblo, y no los titiriteros de la información y el capital. Estos últimos, embriagados por la impunidad, han olvidado que la democracia implica respeto a la voluntad ciudadana, aun cuando esta no sirva a sus intereses.
Es indignante que, en lugar de defender el sistema de elecciones libres, las fuerzas políticas de Estados Unidos se han inclinado hacia la eliminación del opositor, convirtiendo la competencia en un campo de batalla sin reglas donde la democracia es la primera víctima. Al atacar sin tregua a Trump, se ha desfigurado el bipartidismo, degenerándolo en bloques ideológicos irreconciliables, envenenados por la imposibilidad de convivir sin recurrir a las artimañas más oscuras y mezquinas.
Si el sistema continúa así, los estadounidenses se verán forzados a asumir que su voto es simplemente un simulacro. La obsesión por impedir el avance del candidato republicano solo anuncia un horizonte oscuro, donde la desesperanza se convierte en un reflejo del fracaso de una democracia que, al negarse a escuchar la voluntad popular, se transforma en la caricatura de sí misma.
Quienes observamos, perplejos, la artimaña tras artimaña, sabemos que este desprecio por la voluntad popular tendrá consecuencias. Las lecciones de la historia son claras: ningún poder sobrevive si reprime al pueblo. La democracia americana está en una encrucijada, y si no se permite que los ciudadanos elijan a sus líderes, estamos firmando la sentencia de muerte de aquello que llamamos libertad.
Salomón Ureña Beltre
Abogado - Notario.
By SANOTHE
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