Nadie quiere hablar del cadáver. No del cuerpo en sí, que ya no es más que un souvenir trágico de las vacaciones que no fueron, sino del cadáver institucional que dejó expuesto: un sistema judicial rendido ante el altar del capital y un país que se alquila por noche con desayuno incluido, pero sin dignidad.
Una joven estudiante estadounidense muere en extrañas circunstancias mientras vacacionaba en suelo dominicano. Pero no cualquier suelo: Bávaro, Punta Cana, la Disneylandia tropical del turismo sexual disfrazado de “todo incluido”. Lo que vino después fue una sinfonía de silencios orquestados, de titulares cuidadosamente redactados, de fiscales que no fiscalizan, y de una diplomacia que huele más a servilismo que a soberanía. La investigación judicial fue tratada como si de un buffet se tratara: cada quien sirviéndose lo que más conviene, mientras en la cocina, el acuerdo entre familias —muy probablemente aderezado con dólares— apagaba cualquier fuego de justicia.
Los medios nacionales, entrenados como coristas de lo absurdo, pasaron de la indignación a la indiferencia en tiempo récord. Y es que aquí el dolor importa poco cuando puede costarle al turismo una estrella en TripAdvisor. La tragedia se resolvió “tras bambalinas”, como en las peores obras de teatro: el telón baja, los aplausos se pagan, y el público queda con una amarga sensación de haber sido testigo de una pantomima. La justicia fue, una vez más, un extra mal pagado en este grotesco espectáculo.
Lo verdaderamente perturbador no es que se haya muerto una joven extranjera. Es que también murió la confianza en nuestras instituciones, sepultada bajo acuerdos silenciosos y el espectáculo patético de autoridades más preocupadas por proteger el PIB que la verdad. Y nadie levanta la voz porque, como buen país colonizado mentalmente, preferimos la estabilidad aparente del servilismo al riesgo honroso de la justicia real.
Salomón Enrique Ureña Beltre
Abogado - Notario Público.
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