Friusa no es una falla del sistema. Friusa es el sistema. Es la válvula de escape, el patio trasero, el depósito humano donde se archivan las contradicciones de un modelo turístico que exige manos baratas, identidades invisibles y silencios estructurales. Ese gueto haitiano, incrustado con precisión quirúrgica en el corazón mismo del Este turístico, no es un descuido del Estado dominicano, sino su estrategia más honesta.
Allí donde se construyen resorts para los dioses blancos del norte, también se levanta —sin licencia ni escándalo— una arquitectura social diseñada para que el engranaje de la industria no se oxide: trabajadores sin derechos, asentamientos sin urbanismo, niños sin papeles, y seres humanos sin nombre. Friusa no interrumpe el turismo. Friusa lo hace posible.
Lo verdaderamente brillante —si se puede hablar de brillantez en esta miseria planificada— es la cínica coherencia de la política migratoria nacional: dejar hacer, dejar pasar, dejar pudrir. No hace falta una ley cuando se tiene un silencio útil. No hace falta represión cuando se cuenta con abandono. Friusa ha sido la justificación funcional de un orden económico que necesita lo que simula despreciar. El discurso oficial lo camufla con palabras como “operativos”, “regularización”, “ordenamiento urbano”, pero el objetivo siempre ha sido el mismo: mantener disponible una reserva humana precaria, desechable, y perfectamente explotable.
Cuando Friusa comenzó a salirse del libreto —es decir, cuando se hizo demasiado visible, demasiado hablada, demasiado negra—, entonces vinieron los espectáculos: la maquinaria mediática, las cámaras oportunistas, los funcionarios hiperventilando en conferencias. Pero lo que se busca no es solucionar nada. Lo que se quiere es restaurar la estética: hacer que Friusa vuelva a su papel de sombra útil, de cloaca silenciosa, de prueba viviente de que el turismo se sostiene sobre el apartheid social más funcional del Caribe contemporáneo.
Pero lo interesante de este caso no es solo la hipocresía institucional, sino la mutación de la conciencia ciudadana. Por primera vez en mucho tiempo, una parte de la población comienza a observar con sospecha la tolerancia selectiva del Estado. Empieza a preguntarse por qué existen enclaves que parecen repúblicas paralelas, auspiciadas por la inacción deliberada. El problema no es que Friusa exista. El problema es que fue permitida, promovida, incluso aprovechada… hasta que fue mediáticamente insoportable.
Friusa no será eliminada. Solo será reubicada. El modelo la necesita. Solo que ahora será rediseñada para molestar menos. Porque, al fin y al cabo, en la República Dominicana, el derecho a existir depende de si tu presencia daña la postal o si ayuda a venderla.
Salomón Enrique Ureña Beltre
Abogado – Notario Público