Novak Djokovic Contra Todos: Manual para Sobrevivir a los Venenos Cotidianos

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En esta tragicomedia que algunos insisten en llamar civilización, pocos logran salir ilesos. La humanidad se ha convertido en un teatro de máscaras, donde la mentira no sólo se tolera, sino que se aplaude. En medio de esta farsa, emerge —como excepción temida— un “Novak Djokovic”: individuo que, sin pedir permiso, se atreve a desobedecer la narrativa oficial, a mirar con recelo el dogma moderno, y a renunciar a la comodidad de la obediencia. El episodio reciente de la vacunación global, donde el miedo se transformó en método de control, nos recordó que el hombre sigue siendo el peor enemigo del hombre. No hubo mayor prueba que esa: una humanidad domesticada, agachando la cabeza mientras era pastoreada por intereses inconfesables.


Esa misma lógica de sumisión voluntaria se repite en la cotidianidad. Yo mismo, sin disfraces, admito que he tomado decisiones movidas por el beneficio personal. Y aunque mi conciencia no se sonroje por ello, lo verdaderamente perturbador es constatar cuántos otros se revisten de virtud para encubrir motivaciones incluso más egoístas y destructivas. No es la ambición lo que envenena: es la hipocresía. Es esa figura camaleónica que se sienta a tu lado, te palmea la espalda, y mientras tanto te calcula —te mide, te embosca.


El envidioso no es solo un mal vecino; es una amenaza con rostro amable. Se disfraza de amigo fiel, de colaborador leal, de solidario incansable. Pero detrás de cada gesto suyo se esconde una estrategia de infiltración. Su objetivo no es compartir contigo el éxito: es secuestrarlo. Te propone alianzas, te diseña planes de futuro, te arropa con consejos supuestamente nobles. Pero lo que en realidad teje es una jaula invisible: un laberinto que asegura tu estancamiento mientras él —sigilosamente— imita tus pasos, reproduce tus ideas, y luego te sustituye en la narrativa colectiva.


Peor aún: estos parásitos emocionales tienen la audacia de presentarse como los más puros, los incorruptibles, los que “jamás harían daño a nadie”. Se escudan en valores que no practican y hablan con moral de almacén de saldos. Pero basta un leve análisis para desmontar el teatro. Su historial es una cadena de traiciones, mentiras piadosas, manipulaciones calculadas, y conveniencias emocionales. Y si eso hacen con sus seres más cercanos —familia, amigos, socios—, ¿qué puedes esperar tú, que apenas eres una estación de paso en su ruta hacia el ego inflado?


Es común verlos desistir de sus propios caminos porque no les rinden frutos inmediatos. Luego, cuando observan que tu ruta —la que despreciaron— comienza a dar resultados, regresan con disfraz de aliados. ¿Y dónde buscan cobijo? En los espacios que tú labraste con esfuerzo. Espacios que ahora quieren ocupar como si les pertenecieran, mientras simulan que no entienden por qué desconfías. Ellos no forjan caminos, los usurpan. No siembran; esperan cosechar lo ajeno.


Hay una regla silenciosa pero infalible: el verdadero enemigo no llega con espada, sino con sonrisa. Y si no afinas el ojo, lo dejarás entrar hasta tu cocina. Por eso, hay que aprender a oler al lobo antes de que se disfrace de oveja. Cada persona que entra en tu vida lleva un propósito. Identificarlo a tiempo no es paranoia: es supervivencia. Porque una vez que sus zarpas te alcancen, no habrá moral que te salve. No es drama; es estadística. La historia está llena de caídos por ingenuidad.


Así que levántate. No te rindas a la comodidad ni al canto de sirena de los oportunistas. Haz como el Novak Djokovic: fortalece tu cuerpo, agudiza tu juicio, pule tu carácter, y blíndate con conocimiento. Haz deporte, cultiva tu voluntad, y que no te avergüence defender tus intereses. Porque en este circo de máscaras, sólo sobrevive quien aprende a leer el libreto oculto. No te pierdas de ti mismo por complacer a quienes solo quieren verte tropezar.



Salomón Enrique Ureña Beltre

Notario Público | Abogado